Tuesday, September 1, 2015

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Voces de California: La naturaleza urbana nos necesita

Nuestro futuro está inextricablemente unido a lo que le pase a la tierra, el agua y el aire que nos sostiene
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Por Elena de la Cruz, escritora y periodista
Como me temía, después de adoptar un perro por insistencia de mi hijo recayó en mí la tarea de pasearle. A regañadientes comencé a frecuentar los senderos polvorientos de un parque cercano.
Elysian Park, al que Dodger Stadium le arrebató un amplio cacho, todavía conserva parte de la vegetación de chaparral que originalmente cubría gran parte del Sur de California, así como ejemplares de sus inmigrantes posteriores, los eucaliptos. De origen australiano y plantados a principios del 1900, eran inexistentes en la zona hasta entonces.
Un reciente estudio halló que cuanto más tiempo se pasa en un parque menos estrés se sufre y no me sorprendió nada el dato. Gracias a mi nuevo perro comencé a conectar con el pedazo de tierra sobre el que transcurre mi vida, a descubrir su pasado y querer proteger su futuro, observando con detenimiento su flora y fauna, incluidos uno de mis espectáculos favoritos, las peleas acrobáticas aéreas entre halcones y cuervos.
Al poco de mi bautizo como amante de la naturaleza llegó la sequía, esta terrible condena que dura ya cuatro largos años. He visto como mi querido Elysian Park se ha convertido en un cementerio de árboles. Muchas de las laderas empinadas que lo caracterizan están completamente secas; los solitarios esqueletos de matorrales y troncos secos que quedan me temo no podrán detener la erosión y los deslaves que anuncia la llegada de El Niño.
Pienso en nuestra alterada naturaleza urbana, la ecología de Los Angeles, y pienso en pequeñas y grandes tragedias: el Puma P-32 que hace poco murió cruzando la autopista I-5, la tierra de tantos hogares envenenada por la planta de Exide, las bolsas de basura que he recogido en la playa como voluntaria de Heal the Bay. La lista es larga.
La mano del hombre, en su imparable búsqueda por el desarrollo económico, la supervivencia y el confort, ha alterado para siempre su entorno natural.
Pero me niego a sucumbir al pesimismo. Mi esperanza son las personas que han arrancado su zacate para sustituirlo con plantas nativas, los árboles que plantan los voluntarios de TreePeople para dar sombra al asfalto que aumenta la temperatura de nuestras calles, los voluntarios de Friends of The River que limpian las orillas del rio.
En esta nueva columna la intención es reconectarnos a la naturaleza que nos rodea y descubrir qué papel –por más humilde que sea- podemos jugar en restaurarla y expandirla. Para ello conversaré con aquellos, en la administración o activistas, que entienden que nuestro futuro está inextricablemente unido a lo que le pase a la tierra, el agua y el aire que nos sostiene. Y por supuesto, seguiré dejando que mi perro me pasee, ahora sin rechistar.

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